Relatos eróticos: Fiesta VIP

Relatos eróticos: Fiesta VIP

Me ha llegado una invitación a una fiesta muy especial, me dijo Sara.

¿Qué tipo de fiesta?, pregunté.

Bueno, no te sabría decir exactamente, pero tiene una pinta estupenda… La pena es que ese fin de semana nos vamos a Londres. A lo mejor a ti te apetece.

Vale, se lo diré a David.

Creo que es un tipo de fiesta a la que tienes que ir sola…

¿Sola? ¡Qué intriga! ¿Cuándo es?

La noche de Halloween.

Ok, creo que cae en fin de semana y tiene un viaje. Pásamela de todas formas que le echo un vistazo.

Cuando recibí la invitación de Sara, no daba crédito. Era una fiesta al más puro estilo Eyes Wide Shut, en un chalet fantástico, todavía secreto, dress code black tie, y con máscara. Ya me podía imaginar caminando del brazo de Tom Cruise por los pasillos de una mansión con sólo un tanga, medias con liga y taconazo.

A medida que iban pasando las semanas iba aumentando mi curiosidad. David ese fin de semana no estaría definitivamente, y yo tenía que confirmar si aceptaba la invitación. Había que mandar una foto de cuerpo entero y esperar confirmación. Me parecía demasiado clasista, pero el morbo me pudo y la mandé.

A los pocos días recibí confirmación. Me aceptaban, y especificaban las reglas de la fiesta. Una especie de miedo y excitación recorrió mi cuerpo. ¿Qué estaba haciendo? Yo no era lo que se dice una monja, pero aquello era totalmente novedoso para mí.

Es posible que haya gente conocida, mi jefe, amigos de David, pensé. La fiesta parecía de alto nivel, y todo era posible.

La vida se vive una vez y necesito sentirme viva, me dije. Además, entraba perfectamente dentro de los propósitos de salir de mi círculo de confort, que desde hacía un tiempo me había planteado.

El día anterior a la fiesta David se despidió cariñoso, como siempre. Te voy a echar de menos, pero el domingo estaré de vuelta y, prepárate porque te comeré a besos, me dijo.

Tenía una pareja maravillosa, estaba feliz con él y de ningún modo quería perderle. Pero, aun así, algo me incitaba a hacer algo prohibido, a desafiar mis propias leyes.

Y llegó la noche del evento. Me puse un traje negro que me había regalado David, y que me ponía sólo en fiestas especiales. Me sentía espectacular. El escote hacía mi pecho más abundante de lo que ya era; el canalillo que formaba iba a hacer muy difícil que los hombres me miraran a los ojos. La abertura de la falda era casi infinita, hasta a mí me ponía cuando me miraba al espejo. Me humedecía sólo de imaginarme cómo podía ser la noche.

¡Creo que hoy voy a volver loco a más de uno!, o no sé muy bien si la que se va a volver loca soy yo… me dije.

Llegué al chalet en taxi. Una extraña sensación me embargaba. Una valla se abría y los coches llegaban por una pequeña carretera hasta la puerta principal. El sitio era espectacular. Me puse la máscara antes de salir del coche, y al llegar a la puerta dije el password a dos porteros enormes que también llevaban máscara. “Kubrick”, muy apropiado pensé.

Adelante, me dijeron.

Al entrar todo era lujo, impresionantes lámparas colgaban del techo, larguísimas alfombras persas jalonaban las estancias, esculturas que no desentonarían ni en la misma Galería Borghese, elegantes sillones y enormes mesas por todos lados. Todo ello iluminado con luz tenue, y ambientado con música barroca. Las mujeres iban espectaculares con sus vestidos largos, los hombres elegantes, apuestos. Todos con máscara. No estaba permitido hablar, “sólo sentir”.

Camareros con máscara pasaban con bandejas de champagne y preservativos.

Poco a poco se fueron haciendo parejas, tríos, cuatriejas. Los asistentes que deseaban, comenzaban a tener sexo sin pudor. Algo en el ambiente era mágico, todo fluía.

Un hombre con muy buena planta se me acercó y me llevó hasta uno de los sofás, donde había dos hombres más y una mujer. De repente me vi envuelta en algo inefable. Comencé a sentir manos y bocas por todo mi cuerpo; me estremecía con las caricias en mi cuello al tiempo que sentía manos que subían por mi entrepierna, por mi espalda, por mis pechos… Decidí no juzgar lo que estaba sucediendo, había venido a experimentar y eso era, sin ninguna duda, lo que iba a hacer.

Me sentía deseada, poderosa. Sentía que cada caricia redondeaba y daba forma a cada una de las curvas de mi cuerpo.

De pronto, uno de los hombres que tenía a mi espalda comenzó a desabrocharme el vestido. Poco a poco sus manos fueron desnudando mis hombros mientras deslizaba el vestido por mis brazos. Sentí como mis pechos iban quedando al descubierto, hasta que mis pezones, cada vez más erectos, sujetaban unos segundos el vestido antes de caer entero al suelo.

Me encontraba ya sólo con mis medias, mis tacones y mi máscara. Mi grado de excitación era absoluto. Comencé a besar los labios de la mujer, mientras sus manos jugaban suavemente con mis pechos. Sus labios eran grandes, carnosos, sus besos tiernos, húmedos, con la cadencia exacta de alguien que ha besado muchas bocas. Nuestras lenguas jugaban y se entrelazaban, y mi cerebro estaba cada vez más embriagado.

El hombre que estaba detrás de mí separó mis piernas y acercó su enorme pene a mi vulva, completamente empapada. Poco a poco comenzó a introducirlo dentro de mí. A medida que empujaba sentía como iba llenándome de su sexo. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando noté percutir su glande, caliente y duro, contra mi cérvix.

Uno de los hombres observaba, mientras el otro no paraba de empujar su sexo dentro de mí. No dejaba de mirarme. Era una mirada conocida, una mirada que aumentaba mi morbo y que me incitaba a dedicarle mis mejores poses. A través de su máscara podía sentir como crecía su excitación con cada gemido que salía de mi boca mientras era penetrada una y otra vez.

A partir de ahí, una cascada de sensaciones inundó mi cuerpo y mi mente. Los orgasmos se sucedieron uno tras otro hasta perder la cuenta. Aquella noche viví el presente como nunca antes lo había hecho.

Ya en el taxi de vuelta, me temblaban las piernas. No podía controlar aquel temblor. Todavía sentía las suaves embestidas de unos, las enérgicas de otros, la sensibilidad de unas manos femeninas, los diferentes tamaños de cada sexo…

Cuando llegué a casa caí en la cama y me sumí en un profundo sueño.

El día siguiente lo pasé en la noche anterior, reviviendo sensaciones y preguntándome si todo había sido un sueño. Era extraño porque no sentía el más mínimo arrepentimiento, era como si hubiese hecho algo que tenía que hacer.

¡Hola cariño!, sonó la voz de David al entrar en casa. ¡Qué ganas abrazarte otra vez!, me dijo.

¡Y yo de abrazarte a ti, amor! contesté, mientras nos fundíamos en un cariñoso abrazo.

¿Qué tal tu fin de semana?, preguntó.

Bien… diferente, contesté.

Genial, me encanta que hagas cosas diferentes. El mío ha sido muy enriquecedor… Por cierto, pasé por la puerta de tu tienda favorita y te he traído una sorpresa. Espero que te guste, dijo, dejando sobre la cama una bolsa grande con una caja dentro.

¡Sabes que me encantan tus sorpresas cariño, siempre estás en todo! Abrí la caja y encontré un precioso vestido negro de raso, ¡más sexy aún que el último que me regaló…!

Póntelo cariño, quiero vértelo puesto… y quiero quitártelo después. En la próxima fiesta que vayamos serás, como siempre, la más deseada…

Luis Duro



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